Lo siento, otra vez.

Dolor. Rencor. Ira. Odio. Resentimiento. Rabia. Estás cabreado. No has podido hacer nada. No es tu culpa, pero, has fallado. Le has vuelto a fallar, no querías pero lo has hecho. Estar derrumbado es inevitable. Solo querías una cosa, una simple cosa, que no has podido conseguir. Has pensado en ello todo el rato, desde que pasó no has hecho otra cosa. Has querido darlo todo, pero no ha sido suficiente. Necesitabas más. Necesitabas esa chispa que otros tienen, esa vida que otros te habían dado. Lo intentaste y aunque no saliese bien, ya es tarde. Miras hacia delante, pensando todavía en él. No sabes cómo lo harás, pero no te vas a dar por vencido hasta conseguirlo. Todos y cada uno de ellos han ido por y para él, lo sabe, lo sabes. No temas si no lo consigues, esto es como una bolsa de chucherías en la que el premio solo toca a veces. Otra vez será. Otra vez tendrás esas fuerzas y ganas, y ahí se lo dirás.

Es increíble como una cosa entre todas las que has pasado puede cambiarte tu estado de ánimo en tan solo unos segundos. Si no hubieses tenido esa oportunidad, lo más seguro es que no estarías así. Pero ha pasado y eso es lo que duele. Dicen que el pasado no se puede cambiar, pero que el futuro está en tus manos.

Sigue.

Pasan cosas, a veces buenas y otras no tan buenas. Miras y no sabes responder. Lo pasas mal cuando sabes las palabras exactas que decir y no puedes, no sabes como volver a abrir la boca. Estás tan paralizado que te haces el loco, como si no te ocurriese nada. Lo que temes es a la vez lo que más quieres. Aquello que un día te mata otro te hace fuerte. Te vuelves valiente y sabes aprovechar las oportunidades. Intentas convertirte en lo mejor, en lo que siempre has admirado. Pero no, no eres así. Eres bajito, flacucho, blando, con pocas fuerzas, lo más débil que nadie ha visto nunca. La vida no se mide en como eres, sino en como te comportas, frente a ella. La gente no te conoce por quien eres, sino por qué has hecho. Te has dado cuenta de que todavía no has perdido, que solo faltan unos minutos para que pite el final. No quieres rendirte, pero necesitas descansar.

Te has cansado de ser tú el que tire. Relajarse. Eso es lo que tus músculos necesitan, y tu mente. Sabes que el dolor puede durar algún segundo, minuto, alguna hora, día o mes, puede que incluso que año. El dolor es solo temporal, tu decides cuando desaparece. Deseas con todas tus ganas seguir luchando por conseguir eso que quieres, pero no es lo que debes, no por el momento. Tienes que darte por vencido, parar, tirar la toalla y dejar que otro lo haga por ti. No lo entiendes. has hecho todo lo que has podido, te has esforzado al máximo de tus posibilidades, para no conseguir mejorar, para no conseguir nada. Este no es el final. El punto lo pones cuando tu creas que debas hacerlo, y ahora no es el momento idóneo, por que si te hubieses rendido, si hubieses tirado la toalla, ahora no estarías como estás, en la meta. Puede que no haya salido como pensabas, pero lo has conseguido, parcialmente. Has hecho que todo salga bien. Hay cosas, a veces, en las que no merece la pena poner un punto y final.

Un futuro, a tú gusto.



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Solo es suerte.






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Algo tan sencillo como hacerte feliz.

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Ilusiones.

Había una vez una chica bajita, morena, hermosa, encerrada en un castillo del cual salía dos días cada cinco a disfrutar de su sonrisa. Solía ir a hacer algo que le encantaba, pero eso cambió. No dejó de gustarle eso que hacía, solo que llegó algo diferente, raro, extraño. Empezó a cambiar, crecer y mirar lo que tenía delante. Se fijo en algo que antaño creía imposible. Mirarlo se convirtió en costumbre. Extrañarlo, e incluso llorarlo una afición. Pero se hartó, se cansó de soñarlo y esperarlo y decidió asomarse a la ventana y saltar. Saltar para echara  correr, escaparse de casa y verlo. No fue lo esperado, ni mucho menos, pero fue lo que ella quiso. Llegó y lo que no hizo fue pensar, su corazón actuó y lo agarró con fuerza, para no volver a soltarlo. Ese día ella cambió, se entusiasmó con él, tanto que llegó a amarlo. Lo que no sabía era que ese momento no iba a ser eterno, que tendría un final, quizás no el esperado para ella, pero si el correcto. Se tuvo que volver al castillo del que provenía para no ser reprimida. Triste, agarró su almohada y miró por la ventana intentando recordar el día, su olor, su piel... Si hay algo que no sabía, es que él ya había pensado en lo que iba a pasar y le buscó una solución, loca e inmadura. Una mañana ella despertó, hacía buen día, soleado, y se le ocurrió mirar al cielo por la ventana, pero al hacerlo, se le cayó un anillo. Sin darse cuenta, lo vio a la noche, en su mostrador, como cual truco de magia, lo agarro con fuerza y cuando se dio la vuelta ahí estaba él para cogerla y salir corriendo, juntos, entre estrellas de pasión. No se volvió a saber de ella en el castillo, peros desde entonces hay un segundo sol, y según dicen, es el reflejo de su sonrisa.