Ilusiones.

Había una vez una chica bajita, morena, hermosa, encerrada en un castillo del cual salía dos días cada cinco a disfrutar de su sonrisa. Solía ir a hacer algo que le encantaba, pero eso cambió. No dejó de gustarle eso que hacía, solo que llegó algo diferente, raro, extraño. Empezó a cambiar, crecer y mirar lo que tenía delante. Se fijo en algo que antaño creía imposible. Mirarlo se convirtió en costumbre. Extrañarlo, e incluso llorarlo una afición. Pero se hartó, se cansó de soñarlo y esperarlo y decidió asomarse a la ventana y saltar. Saltar para echara  correr, escaparse de casa y verlo. No fue lo esperado, ni mucho menos, pero fue lo que ella quiso. Llegó y lo que no hizo fue pensar, su corazón actuó y lo agarró con fuerza, para no volver a soltarlo. Ese día ella cambió, se entusiasmó con él, tanto que llegó a amarlo. Lo que no sabía era que ese momento no iba a ser eterno, que tendría un final, quizás no el esperado para ella, pero si el correcto. Se tuvo que volver al castillo del que provenía para no ser reprimida. Triste, agarró su almohada y miró por la ventana intentando recordar el día, su olor, su piel... Si hay algo que no sabía, es que él ya había pensado en lo que iba a pasar y le buscó una solución, loca e inmadura. Una mañana ella despertó, hacía buen día, soleado, y se le ocurrió mirar al cielo por la ventana, pero al hacerlo, se le cayó un anillo. Sin darse cuenta, lo vio a la noche, en su mostrador, como cual truco de magia, lo agarro con fuerza y cuando se dio la vuelta ahí estaba él para cogerla y salir corriendo, juntos, entre estrellas de pasión. No se volvió a saber de ella en el castillo, peros desde entonces hay un segundo sol, y según dicen, es el reflejo de su sonrisa.

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