Siempre nos quedará diciembre.

Noviembre es viento. Hojas que vuelan, que bailan. Parques castaños. Noviembre son pasos que se van. Noviembre es lluvia.

La paz después de la tormenta se llama diciembre.
¿Cómo explicar diciembre? Es como si la magia que se ha ido dejando de lado durante todo el año, quedara refugiada en él.
Diciembre hace gritar a los abrigos que quieren salir y pasear, y ver las luces y a la gente cogida de la mano para calmar el frío. 
O mejor aún, ver saltar palomitas para después hacer una de sofá-peli-manta.
Combatir el frío preparando un ejército de bebidas calientes con las manos tiritando y un cálido baño para terminar de ganar la guerra.
Diciembre me hace más mayor soplando cada año una vela más, aunque esto nunca me hizo mucha gracia pues yo siempre fui demasiado Peter Pan, pero para sentirse niño ya está la navidad. Yo era de las que esperaba a que Papá Noel bajara de la chimenea, y yo de los que se acostaba temprano por miedo a quedarse sin regalos. Tampoco he perdido la costumbre de colocar cada adorno como si fuera un tesoro, y cada luz como una estrella.
Y la ciudad... que bonita se pone la ciudad, que se viste con sus mejores galas para la reina luna y para todos aquellos que salimos a respirar el aire fresquito y a notar el aliento del invierno rozándonos la nuca.
Comer turrón y churros son de esas cosas que sientan mejor en diciembre. Igual que meter las manos en los bolsillos o respirar profundo aunque la nariz se quede helada.
Pero desde luego... si hay algo más bonito que diciembre, es tu sonrisa.
Lo que marca la diferencia entre los demás meses y diciembre es que aparte de magia, aparte de motivos para sonreír, nos regala un nuevo comienzo en el que volcarnos con una sonrisa, al que recibir con los brazos abiertos, donde depositar todas nuestras esperanzas, deseos y propósitos.
Y entre una de esas metas que ten seguro, vas a conseguir, debe estar ante todo: ser feliz.

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