La noche se torna tenue y muda, quizás esté compadeciéndose
de mí y de las mil horas que llevo llorándote. Hoy atardeció rojizo y cuando el
sol ya estaba casi escondido detrás de la silueta de esta ciudad de mil luces,
yo pensé en ti y me pregunté en qué garito estarías entrando, en qué rincón te
emborracharías de pena y de fatiga por esa lucha constante contigo mismo que te
tiene agotado y que te está destruyendo. Justo en ese mismo momento, me di
cuenta de lo amargo que era notar el dolor caminando a paso lento por el pecho.
Sé perfectamente qué pasó, pasaron las prisas, las ganas de
correr, de acelerar la vida, de administrarnos adrenalina, de forzar las
cosas... Porque teníamos tantas ganas de querernos que nos consumimos mucho más
rápido de lo que nadie pudo predecir. Como cuando un cigarrillo muere en dos
caladas hondas llenas de codicia.
Es entonces ahora, escribiendo esto en el vaho de la ventana
que está fría, cuando decido que me voy, que abandono las mil luces y tus
cientos de garitos. Me voy porque te me fuiste. Y me marcho solo, encharcado aún
en ti, en ese “nosotros” mudo que siempre estuvo y por cobardes no
pronunciamos, porque teníamos miedo a qué se yo, y era ese concepto el que nos
faltaba para frenarnos y saber desayunarnos bien. Pero tenías tanta libertad y
yo tanto miedo a coartarte que fuimos idiotas y nos dejamos morir rápido.
Marcho siendo todo lo fuerte que puede ser alguien en ruinas.
Sé que en el camino se me oprimirá el pecho cada vez que algo me recuerde a ti,
y se me caerá el corazón cada vez que (como ahora) te sienta lejos. Pero ante
todo, necesito reconstruirme.
Y créeme, yo no quería las cosas así. Si supieras el coraje
que me da haber acabado de esta manera, porque jodida vida, jodidas prisas y
jodido destino que no nos dejó dibujar el "nosotros" más bonito de
este también jodido mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario